Tomado de la publicación en el muro de Facebook de Mons Oscar D. Sarlinga
"A raíz del testimonio que me habían solicitado algunos amigos y
feligreses acerca de la espiritualidad de Santa Teresita, la infancia
espiritual, y el hacerse como niños, cuando todavía contaba con el
perfil de Facebook, escribí esas largas líneas, en las que
substancialmente dije todo lo que tenía que decir. Algunos me
preguntaron cómo concluyó lo del 17 de mayo (día del aniversario de mi
consagración episcopal) pues había mencionado que durante años no supe
que ese era un día en que se reciben gracias especiales por su
intercesión, puesto que se trata del día de su canonización. Concluyó
así: en la tarde de ese día 17 me había comprometido para ir a confirmar
a la nueva cuasi-parroquia de Nuestra Señora de la Medalla Milagrosa,
del barrio De Vicenzo. Santa Teresita ni había aparecido ni se había
manifestado en todo el día. Esa tarde, por razón del número de
confirmados y otras razones pastorales, casi a último momento me avisan
que la celebración tenía lugar en la capilla de Santa Teresita del Niño
Jesús (junto al Moorlands). A la vez que una abundancia de rosas sobre
el altar, tuvimos también la gracia de dones de reconciliación y paz,
efectivos. No dejó de ser una presencia -inesperada- de la santa,
también en el día del aniversario de canonización (por Pío XI, en 1925).
Y puesto que otros me han pedido que reponga, el testimonio, aquí va
(por última vez) porque es cierto que al pasar de "perfil" a "página" el
Facebook borra todo lo anterior. Es largo, que la lean los que me lo
pidieron. Saludos y bendición. Mons Oscar D. Sarlinga "
TESTIMONIO. Santa Teresita del Niño Jesús
En algunas oportunidades he mencionado al pasar, incluso en una homilía
reciente, la importancia que tuvo Santa Teresita del Niño Jesús en mi
vida. Cómo me había hecho “cambiar”algunos paradigmas de pensamiento,
cómo me ayudó en ese proceso que es la conversión continua del corazón.
Lo que no puedo hacer es ser muy breve, aun consciente de ser un escrito
la antítesis de lo que se transmite en una red social, porque
precisamente por ser una red social no es un medio para reflexiones
extendidas.
Resumiendo, ya que me lo han pedido, aquí va. Como Dios nos salva en
nuestra historia (como ha dicho recientemente el Papa Francisco, en una
de sus homilías en Santa Marta), les cuento.
En cuanto a mi historia personal, de entrada yo no conocía mucho a
Teresa ni me resultaba muy afín, me parece que ella me buscó más a mi
(porque lo necesitaba) que viceversa, aunque mi padre le tenía especial
devoción y me la nombró varias veces en mi infancia, según recuerdo. Su
vida, espiritualidad, me resultaban bastante ajenas, pero esto era
porque no la conocía, porque no había profundizado en el espíritu; sobre
todo, me di cuenta años después, no había comprendido ni vivenciado el
camino de la “infancia espiritual”, en última instancia, no había visto
cómo era un camino ideal para lo que nos pide el Señor “hacerse como
niños”.
Apareció primero en mi vida a través de “gracias especiales”. Quizá por
la devoción trasnsmitida de mi padre, a los 17 años le pedí su
intercesión por una gracia especialísima por un familiar. Lo pedido era
casi imposible; llegado el momento, lo “casi imposible” se hizo una
feliz realidad. Luego, con el tiempo, se me ocurrió involucrarla en mi
proceso vocacional. Hice un retiro espiritual ignaciano -pero de una
semana- con el Padre Camargo, sj. el cual me impresionó por su “fuerte
personalidad”, podríamos decir así. Al retiro, que tuvo el sentido de
“discernimiento vocacional” me envió el Padre Alberto Kaufmann, cura
párroco de San Andrés de Giles como solía hacerlo con los jóvenes
(aunque yo vivía en esa época en Buenos Aires). Para entonces yo estaba
leyendo algo de San Juan de la Cruz, y también“Las Moradas, ó el
Castillo interior” de Santa Teresa de Jesús, que me gustaba más y tenía
confesor y director espiritual en Buenos Aires, en San José de Flores.
El Padre Jesuita me dijo sucinta y algo taxativamente que signos
vocacionales serios tenía, según él, que le parecía que, en todo caso,
era el típioco para el clero diocesano, y que le pidiera luces a San
José (también porque sabía que yo iba siempre a misa a San José de
Flores, barrio en que por entonces vivía).
Ya en el seminario (ingresé a los 19 años, para 20), un compañero me
dijo un día: “rezále a Santa Teresita, porque su intercesión es poderosa
delante de Dios”. Así se fueron sucediendo gracias…en las que Teresita
dejaba, además, un signo de su “mano”. Pero en lo personal yo seguía sin
gran empatía por algunas de sus expresiones, como el tema del
“caminito”(le petit chemin), los frecuentes diminutivos que usaba en su
lenguaje, los ejemplos que ponía (algunos de la costura, por ejemplo!) y
algunas otras cosas, que había escuchado. Sí, en cambio, me había
impactado fuertemente que buscara “su lugar” en la Iglesia, y que haya
descubierto que era “el amor”, porque allí está todo, “todo”. Eso lo
entendí y me entró en el corazón.
Sin embargo, hasta entonces sabía de ella “retazos”. No había leído
entera (¡increíble!) la “historia de un alma”. En síntesis, era yo quien
no había comprendido el profundo y viviente Evangelio en el “camino de
la infancia espiritual” de Santa Teresita. A partir de leer la historia
de su alma, muchas cosas cambiaron. Empecé a ver la profundidad, el
vigor y la fuerza de la humildad, y cómo ella abría puertas, tendía
puentes de unión, disipaba obscuridades, nos ayudaba con fuerzas
especiales para la misión. También me impresionó cuando ella narra su
encuentro con el Papa León XIII, y cómo, mirándolo a los ojos (que
describe profundos, muy profundos y de una gran sabiduría y dulzura) vio
que era realmente “el Santo Padre”; notable, “lo vio” desde “la
mirada”del Papa.
Desde entonces, creo que ella “me instruyó” en esto: casi sin darme
cuenta, el tema de “la mirada” fue pasando a ser un integrante esencial
de mi personalidad espiritual; es decir, puedo decir que Santa Teresita
“me lo enseñó”. También después me di cuenta de lo que ella había
querido cuando completó su nombre con “y de la Santa Faz”. Fue un inicio
en mí de incorporación a mi vida espiritual del “Rostro de Cristo”.
Prosiguiendo la historia, en los primeros años de mi vida sacerdotal,
que fueron muy felices (y que me significaron “un antígeno” para tiempos
futuros), me tocaron varias áreas pastorales de la parroquia catedral
en Mercedes, y entre otros encargos tenía el de un barrio de las afueras
de la ciudad, la llamada “Pampa chica”, muy pobre, donde misionábamos
con los jóvenes, y yo celebraba misa los fines de semana, precisamente
en la capilla de “Santa Teresita”. El barrio se inundaba con las
crecidas del Luján, y una vez, además de auxiliar a los hermanos, hubo
que entrar a nado en la capilla; un joven que rescató la imagen de Santa
Teresita ahora es monje, luego de años de sacerdocio en diócesis. Todo
eso constituyó una gran experiencia. Luego vinieron los años de los
estudios teológicos y de derecho canónico, y luego el rectorado en el
Seminario “Santo Cura de Ars”. Pude ver allí también que Santa Teresita
ejercía un cuidado especial sobre los seminaristas, de un modo u otro
estaba presente.
Por una cuestión de sensibilidad personal, lo que no terminaba de
aceptar de la manera de expresarse de Teresita eran algunos “signos”,
entre otros, el tema de las “rosas”(para nada es lo esencial, pero yo
relacionaba una cosa con la otra), que me parecía algo rococó ó
sensiblero…. Pero una vez cuando uno de los formadores, ya anciano,
estuvo internado por una seria y grave afección coronaria, y fue
operado, el día de Santa Teresita, como él era muy devoto de la Santa,
hice un esfuerzo supremo y, como sabía que a él le gustaba, junto con
los formadores le llevamos unas rosas blancas, como un “signo” que él
podría apreciar, y lo cierto es que, con lo grave que había estado, a
los pocos días estuvo en pie y volvió al Seminario; fue la oración, por
supuesto, pero el recibir las rosas lo animó. Falleció años después.
Prosiguiendo con sus “signos”intercesores, les comparto que también un
sacerdote que venía a confesarse seguido, me regaló un día una
medalla-llavero de Teresita (muy lindo, traído de Francia) el cual, a mi
vez, se lo di a un joven casado y padre de familia para que lo
protegiera puesto que debía viajar mucho en ruta por trabajo; el cual lo
puso en la llave de su automóvil. Al otro día mismo tuvo un grave
accidente en la ruta 6; auto casi destrozado, el otro auto partido por
la mitad y roto en los pedazos que quedaban (¡cómo estaría de
carrocería!). Ni el joven amigo se hizo nada (más que un cortecito en la
frente, que ni cicatriz le dejó), y el otro accidentado, alguna
contusión, y nada más. Nadie se explicó cómo fueron ilesos. El muchacho
me dijo después que inmediatamente antes del choque le vino a la mente
Santa Teresita y la invocó; sano y salvo, hasta el día de hoy conserva
su llavero, sus hijos son ya jóvenes estudiantes. Siempre recuerda la
intercesión de nuestra Santa Teresita.
Como experiencias más marcantes en mi relación con Teresa, al menos en cuanto a un “contacto más personal”, puedo contar:
-En 1997 pude estar en Roma (estaba con una licencia para los cursos de
doctorado), en plaza de San Pedro, cuando S.S. Juan Pablo II declaró a
Santa Teresa del Niño Jesús y de la Santa Faz como Doctora de la Iglesia
universal. Llovieron pétalos de rosa en gran parte de la plaza
(arrojados, no caídos del cielo, pero fue simbólico, y lo acepté; varios
conservo todavía, numerosos otros los di a enfermos y sufrientes).
-En 1998, siendo Rector del Seminario Santo Cura de Ars, recibimos junto
con los formadores y todos los seminaristas el relicario con los restos
mortales de Santa Teresita, pues del 1ro. de julio al 4 de octubre de
ese año, esa “presencia espiritual” de Teresa cruzó de nuevo los océanos
para ir al encuentro de las diócesis de Argentina.
Pero lo más frecuente con que me encontré no fueron los pétalos de rosa.
Más bien al revés. Me ayudó en “las pruebas” cuando llegaron fuertes.
No menor, tengo que decirlo, Santa Teresita intercedió por mí frente a
males de este mundo, obscuridades, insidias, cansancios, hartazgos. En
todo esto comprendí mejor cómo ella, que fue muy probada en la fe, y a
la cual Dios permitió que tuviera obscuridades, en especial antes de su
muerte, intercede especialmente en esos momentos, y, diría, muy
especialmente por los sacerdotes, consagrados, consagradas, misioneros,
misioneras. De hecho, el 3 de abril de 1896, en la noche entre el Jueves
y el Viernes santo, Teresita tuvo una primera manifestación de la
enfermedad que la llevará a la muerte. Fue en ese momento cuando comenzó
a tener lugar la prueba de la fe, que duró hasta su muerte. Pienso que
Dios la probó no tanto porque lo necesitara ella sino para que obtuviera
más méritos para ayudarnos.
Así, con el correr de los años y de la historia, Teresita también me
ayudó a ir viendo (en un itinerario, en un proceso espiritual) que no
pocas obscuridades venían de no haber terminado de asumir que puede
haber en nuestra vida humillación, reducción a la impotencia moral o
fáctica, o denigración.
Fui aprendiendo que es parte del camino de “hacerse como niños” el
aceptarlo, el no reaccionar simplememente con lo que uno cree que es
“justicia”, el ponerse en lugar del otro, el dejarse iluminar con
humildad, más que el querer, antes que eso, “poner las cosas en su
sitio”, y también aprendi a ver mejor que en no pocas oportunidades uno
mismo puede ser “concausante” en cierto sentido, de esas obscuridades.
La toma de conciencia de esto me volvió más misericordioso, más
clemente. En síntesis, es un itinerario de aprendizaje de humildad, que
quiero proseguir, aceptando la salvación del Señor, día a día, en mi
historia, en nuestra historia, como consecuencia de la Encarnación.
Porque la infancia espiritual, en suma, es un camino sapiencial.
Por último, casi como anécdota, cuento que otro regalo (del que no me di
cuenta siquiera en su momento) fue el “día” de mi ordenación episcopal.
Sólo años más tarde de ésta (que aconteció el 17 de mayo de 2003) me
enteré de la correlación entre la especial intercesión de Santa Teresita
y esa fecha. En efecto, en su momento hubiera querido que el día de mi
consagración episcopal fuera el del cumpleaños del Papa Juan Pablo II,
el 18 de mayo, pero ese año caía en domingo, así que decidimos que fuera
el 17, no encontrando, por entonces, ninguna especial “significación”
del día. Pero sí la había, es el día de su canonización, no lo había
tenido presente, no lo recordaba, o no lo sabía.
El Papa que la canonizó, Pío XI, que consideró a Teresa de Lisieux como
«estrella de su pontificado», no dudó en afirmar en la homilía,
precisamente el 17 de mayo del año 1925: «El Espíritu de la verdad le
abrió y manifestó las verdades que suele ocultar a los sabios e
inteligentes y revelar a los pequeños, pues ella (…) destacó tanto en la
ciencia de las cosas sobrenaturales, que señaló a los demás el camino
cierto de la salvación».
Ahora pienso que mi lema episcopal, en el que puse intención: “Veritas
de terra” (del salmo 85) puede tener algo que ver con ese párrafo, pues
es algo con relación a la verdad, también en el sentido de “fidelidad”
(el original hebreo dice emét.. que es, primero, la fidelidad de Dios,
quien siempre es fiel).
También de a poco (y no sin “camino de la cruz”) he podido ir
incorporando a mi vida cómo esa verdad, es revelada a los pequeños, a
los sencillos, a los “anawin”, a los pobres de Yahweh; esto ha sido
también esto un camino de aprendizaje “en mi historia, la que Dios
quiso, y en la historia”, y diría que ese camino trajo como gracia el
aprender más “el perdón”, no sólo a perdonar, sino a “ser perdonado”. Y
dicho camino continúa, pienso continuará hasta mi muerte, si así Dios
quiere.
Perdonen la extensión de todo este relato, les advertí que sería largo y
quizá hasta denso (nadie pretendía leer “la historia de un alma” del
obispo); ténganselo así casi seguro no me pedirán más que les cuente
cosas.
Hoy pido a Teresa que interceda para que viva con alegría “mi misión en
la Iglesia”, y que esté dispuesto a aceptar lo que se me pida, a la
manera de Charles de Foucauld: “estoy dispuesto a todo, lo acepto todo,
con tal que tu voluntad, se cumpla en mí”. Teresa recibió una
iluminación particular sobre la realidad del Cuerpo místico de Cristo,
sobre la variedad de sus carismas, dones del Espíritu Santo, sobre la
fuerza eminente de la caridad, que es el corazón mismo de la Iglesia, en
la que ella encontró su vocación de contemplativa y misionera (así
escribió de ella Juan Pablo II).
Estoy seguro acerca de que la intercesión de Teresita nos depara todavía
sorpresas, porque lo inimaginable se vuelve posible cuando esta
“pequeña mujer” que tocó lo Infinito, interviene; Dios mediante la
invocaré especialmente en la eucaristía del próximo 17 de mayo. La
Virgen María, que es Madre de la Iglesia, será quien nos proteja y guíe,
nuestra “Estrella del alba”.
+Oscar Sarlinga
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