domingo, 15 de febrero de 2004

Homilía en el marco de la celebración de Ntra. Sr.a de Lourdes, 14 de febrero 2004

CULTURA DE LA VIDA PARA CON LOS ENFERMOS: UN NUEVO ARDOR EN LA DEFENSA DE LA VIDA EN TODAS SUS ETAPAS


Homilía de Mons. Oscar Domingo Sarlinga, obispo auxiliar de Mercedes-Luján en la misa de la peregrinación de enfermos a la Iglesia Catedral de Mercedes, en el marco de la celebración de Nuestra Señora de Lourdes y la fase inicial del Año mariano arquidiocesano, 14 de febrero de 2004


Queridos hermanos y hermanas en Cristo,
Autoridades, agentes pastorales sanitarios,
Particularmente, queridos enfermos y sufrientes

Hemos comenzado el sábado 31 de enero la fase inicial del año mariano arquidiocesano, en esta iglesia catedral basílica. Nos referíamos, en esa oportunidad, a la defensa del valor de la vida humana desde la concepción, como un desafío que todos tenemos que asumir. Observábamos también la acuciante necesidad pastoral de una cultura de la vida en acción, que asegure igualmente a quienes son menos validos el desarrollo pleno de sus posibilidades, una cultura de la vida que asegure, por los medios debidos –comenzando por la familia– la debida atención a los enfermos y ancianos. Una sociedad que honre la vida, una sociedad que valore en plenitud y promueva la dignidad humana. No es una utopía; hay que hacerse constructores de una sociedad nueva.

Hoy asistimos, acompañados por todos estos sacerdotes concelebrantes de nuestra ciudad, a esta nutrida concurrencia de enfermos, sufrientes y dolientes, a esta iglesia catedral, junto con los fieles que habitualmente colman este templo en las misas dominicales. Los niños y jóvenes de la Juventud Misionera han preparado un homenaje a la Virgen de Lourdes. Muchos de ustedes, queridos fieles, sin estar enfermos de gravedad, quieren hoy recibir las gracias sanantes que vienen de Jesús resucitado, para lo cual tantos fieles de nuestras comunidades, convenientemente preparados, han asistido para recibir en esta santa misa la unción de los enfermos. Obramos este gesto sacramental, en amorosa acogida del Mensaje de Juan Pablo II para la Jornada mundial del enfermo 2004, con oportunidad de la festividad de la Virgen Santísima, en su advocación de Nuestra Señora de Lourdes (1). Si bien en la Argentina esta Jornada se celebrará el 7 de noviembre, hemos querido en nuestra iglesia local continuar nuestra celebración de la vida en todas sus etapas, y por ello la razón de esta Jornada parroquial del enfermo: celebrar la vida, honrar la vida, defender la vida, porque viene de Dios, el Padre amoroso de todos los seres humanos.

En este contexto, en la comunión de la Iglesia, no podemos tampoco dejar de mencionar el paralelo que hace el Santo Padre entre la Jornada del enfermo, la Santísima Virgen, en la ocasión de los 150 años de la proclamación del dogma de la Inmaculada Concepción, y la elección del Santuario de Lourdes como sede de dicha Jornada mundial. La elección de dicho Santuario halla su razón en que (…) “la Virgen quiso manifestar en aquella región montañosa su amor maternal especialmente a los que sufren y a los enfermos. Desde entonces sigue haciéndose presente con constante esmero” (2). Lourdes es centro de peregrinación de carácter mundial, y cuna de gracias inefables obtenidas por intercesión de la Santísima Virgen. Se ha elegido, a la vez, ese Santuario porque en el año 2004 se celebran los 150 años de la proclamación del dogma de la Inmaculada Concepción. En Lourdes, la Virgen María, hablando en el dialecto del lugar se llamó a sí misma: Yo soy la Inmaculada Concepción. El Papa nos sugiere en su mensaje que con estas palabras la Virgen quería expresar el lazo que la une, en tanto que Ella es la Inmaculada Concepción, con la salud y la vida de la humanidad, pues, si por la culpa original entró en el mundo la muerte, en atención antecedente a los méritos Jesucristo, Dios preservó a María de toda mancha de pecado, y la eligió como instrumento privilegiado de la salvación. La Inmaculada Concepción es, en palabras del Santo Padre, “(…) la aurora prometedora del día radiante de Cristo, que con su muerte y resurrección, restablecerá la plena armonía entre Dios y la humanidad”.

Nosotros creemos en Jesús, el Cristo, el Resucitado, sentado a la derecha del Padre, lleno de Poder y Gloria. Él, con su sufrimiento y muerte en cruz, obró la redención y asumió enteramente el dolor humano. No sólo que le dio al sufrimiento (aunque también) un sentido distinto. No solamente lo “transignificó”, por así llamarlo. Mucho más aún, lo hizo su “complemento”, en el decir de san Pablo (3). Gracias a Jesús, el sufrimiento puede ser transformado en un amor poderoso, llegando a ser “(…) una fuente de fuerza para la Iglesia y para la humanidad” (4). A la luz de la fe, sufrir significa estar abierto y receptivo a la acción salvadora de Dios, si hay en nosotros un ofrecimiento de toda nuestra vida en Cristo, para así contribuir a destruir las fuerzas del mal, de la muerte, del odio y de las demás obras de la carne, en el decir paulino. “Cristo, sufriendo, ha tocado con su cruz las raíces mismas del mal; las del pecado y la de la muerte” (5). Jesús resucitado es la señal de la victoria sobre el dolor y la muerte. El rol asociativo de la Santísima Virgen es fundamental. Sigue diciéndonos el Mensaje del Papa que “(…) Si Jesús es el manantial de la vida que vence a la muerte, María es la madre cariñosa que sale al paso de las expectativas de sus hijos, obteniendo para ellos la salud del alma y del cuerpo” (6).

El Papa y la Iglesia valoran en gran medida los avances científicos, a los que alientan y promueven, porque, bien usados, están al servicio de la vida: “Nuestra época ha dado grandes pasos en el conocimiento científico de la vida, don fundamental de Dios del que somos sus administradores. La vida debe ser acogida, respetada y defendida desde su inicio hasta su ocaso natural. Junto a ella, debe ser tutelada la familia, cuna de toda vida que nace” (7). Todo un programa que nos propone el Mensaje del Santo Padre. Por otra parte, son verdades que ya conocemos, y que tendríamos que asumir de modo renovado, con renovado ardor, como lo requiere la Nueva Evangelización. Un nuevo ardor en la defensa de la vida en todas sus etapas.

No quisiera concluir sin hacer hincapié en una realidad que proviene del ofrecimiento del dolor y la enfermedad, en los corazones convertidos a Jesús. Sin lugar a dudas, entre los medios de cooperación misionera, hay que acentuar el valor del sufrimiento ofrecido en unión con Cristo. Todo sufrimiento nos cuesta, nos duele, y por eso tantas veces nos rebelamos ante él. Por otra parte, es más que legítimo y, más aún, es necesario, luchar contra la enfermedad y hacer uso de los medios lícitos que la ciencia nos provee, la cual también viene de la inteligencia humana y por ende de Dios. Esto dicho, cuando nuestro corazón se convierte a la voluntad del Señor, el ofrecimiento obra una maravilla, nos unimos a la Pasión de Cristo, y así, “(…) los enfermos se hacen también misioneros” (8). El sufrimiento tiene el valor de fecundidad apostólica. Sólo Dios sabe cuántos de los logros apostólicos han tomado fuerzas del ofrecimiento del dolor y del sufrimiento de tantos fieles. Por eso, “(…) la Iglesia siente necesidad de recurrir al valor de los sufrimientos humanos para la salvación del mundo” (9). Encomendamos particularmente a los enfermos y sufrientes la oración por el Congreso Eucarístico Nacional y por el año mariano arquidiocesano.

Ojalá que de esta Jornada del enfermo surja una nueva fuerza para la Evangelización, fuerza de Fe, fuerza de sanación, de ofrecimiento y de Misión. El Señor así lo quiera por intercesión de la Santísima Virgen, en su advocación de Nuestra Señora de Lourdes y de Nuestra Señora de las Mercedes, en cuya Casa celebramos la Vida.


Notas:

(1) Publicado íntegramente en AICA n. 2457 (21-I-2004).

(2) Juan Pablo II, Mensaje para la Jornada mundial del enfermo 2004, n. 1.

(3) Col. 1,24.

(4) Juan Pablo II, Salvifici doloris, n. 31.

(5) Juan Pablo II, Salvifici dolores, n. 26.

(6) Juan Pablo II, Mensaje para la Jornada…n. 3.

(7) Juan Pablo II, Mensaje para la Jornada… n. 6.

(8) Juan Pablo II, Redemptoris Missio, n. 78.

(9) Juan Pablo II, Salvifici doloris, 27.


Mons. Oscar Domingo Sarlinga, obispo auxiliar de Mercedes-Luján

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