Me llevo una hermosa impresión en el alma
Palabras de despedida de monseñor Oscar Domingo Sarlinga,
obispo electo de Zárate-Campana (12 de febrero de 2006)
Queridos hermanos y hermanas de la comunidad católica de Mercedes-Luján
Incluyo en la presente todas las personas de buena voluntad, sean o no católicas, a las que he conocido y tratado a lo largo de estos años de ministerio sacerdotal, primero, y episcopal, desde mayo de 2003.
Quiero hablarles con sencillez y afecto en el Señor. Saben todos que el 3 de febrero el Santo Padre Benedicto XVI me ha nombrado Obispo de Zárate-Campana, diócesis que comprende varios partidos del norte de la provincia de Buenos Aires, y que ha acrecentado mucho su población, en su mayor parte católica. He recibido este nombramiento con espíritu de fe y de obediencia a la Iglesia, de la misma manera como, por otra parte, he procurado vivir toda mi vida sacerdotal. Las cosas hechas con alegría, con amor, con «alma grande» –que es la virtud cristiana de la magnanimidad– son las que dan mucho fruto en la vida humana: Dios ama al que da con alegría. Lo he recibido con gran ilusión de darme el todo por el todo a esa iglesia diocesana, como el Pastor que el Señor mismo les da, a través de su Vicario, el Papa.
La prontitud con que correspondió que se diera la toma de posesión en la diócesis que me fuera asignada, como he dicho, Zárate-Campana, me ha impedido aceptar una despedida de esta arquidiócesis de Mercedes-Luján, tal como el Sr. Arzobispo, Mons. Rubén Di Monte, y sus colaboradores inmediatos hubieran querido organizar, y tal como me han ofrecido que fuera. Pero, como las cosas valen en la medida en que están vivificadas por el amor, valgan como «despedida», si podemos decirlo así, las innumerables oportunidades que hemos tenido a lo largo de estos años para encontrarnos, en la celebración de los sacramentos, especialmente las confirmaciones, o en las visitas a las parroquias, comunidades o instituciones, tanto católicas como de la sociedad civil. Los llevo a todos en el corazón, y créanme sinceramente que los incluyo a todos y cada uno –Jesús sabe cuánto– en mi oración de cada día.
En esta arquidiócesis de Mercedes-Luján transcurrió la mayor parte de mi vida. Niñez y juventud en San Andrés de Giles, ciudad de la que guardo gratos recuerdos. Seminario en Buenos Aires y en Mercedes. Luego, la ordenación diaconal en Luján y el destino pastoral a la iglesia catedral, donde permanecí, ya como sacerdote, a partir de 1990. Fueron esos unos años de los que conservo una hermosa «impresión en el alma»: la liturgia, las familias, la juventud, la catequesis, los barrios, los pueblos de campo, los colegios… Y, sobre todo, la celebración de los sacramentos como «momentos privilegiados de la evangelización». La cura pastoral «in solidum» de la iglesia catedral me posibilitó el primer esbozo de tener a cargo una comunidad parroquial. Cuánto trabajo ofrecido al Señor, con la alegría del Amor. Los años de Europa, comprendidas la formación intelectual y la experiencia pastoral, fueron también importantes. Me prepararon a la misión que me esperaba en el Seminario, como Rector, formador de los futuros pastores del Pueblo de Dios. En lo que concierne al tiempo tan enriquecedor del Seminario, no puedo dejar de destacar la participación de las distintas diócesis de la República en el proyecto formativo, y la colaboración de los sacerdotes formadores, con los cuales pudimos hacer una verdadera comunidad sacerdotal, y vivir la amistad en Cristo.
Es Mercedes la ciudad donde viví la mayor parte de mi vida sacerdotal. Como dije, los últimos años de Seminario, la iglesia catedral, el Seminario… Luego, en el año 2000, fui vicario general, en el Arzobispado, y el 12 de abril de 2003, Juan Pablo II me eligió Obispo, asignándome la sede de Uzali y siendo auxiliar de Mercedes-Luján.
Sin excluir a nadie del que haya recibido un bien (y recordando también a Mons. E. Ogñénovich, quien me ordenó sacerdote), no puedo dejar de expresar un renovado agradecimiento a Mons. Rubén Di Monte, por los años en que he sido Obispo auxiliar. En la iglesia catedral basílica de Mercedes fui ordenado Obispo. Mucho aprendí y, aunque seguramente todavía tengo mucho por aprender, los primeros años de ejercicio del episcopado los viví aquí. No lo voy a olvidar. No voy a olvidar esos rostros de alegría interior, de jóvenes y adultos en las confirmaciones, que Dios me regaló de celebrar en número de miles a lo largo de este tiempo. Vi en esto, claramente, la gracia del Espíritu Santo. Tampoco voy a olvidar las parroquias y comunidades de los distintos partidos que conforman la diócesis, a todas las cuales, por gracia de Dios, pude visitar, encontrar, y, con todos, compartir la fe y la alegría de vivir el cristianismo, junto con nuestra gente. Agradezco también a los sacerdotes, a los queridos seminaristas, a los religiosos y religiosas, y a todos los queridos laicos que, con espíritu y con ganas, ponen cada día de lo mejor que tienen para que la Iglesia y la sociedad crezcan y estén más llenas del Amor de Dios, y, por ende, más llenas de esa Esperanza que es el motor de toda mirada hacia delante, de todo progreso espiritual y humano.
A los medios de comunicación, tanto gráficos como radiales o televisivos, les estoy también reconocido por la relación cordial que mantuvimos, y, en general, de respeto hacia mi persona y misión eclesial. Sepan disculparme, pues algunos medios comunicativos de distintos partidos y ciudades me habían pedido una entrevista, y sólo por razones de tiempo no me fue posible hacerlo. Les agradezco también hoy que difundan esta especie de «carta abierta» a la comunidad cristiana y a las personas de buena voluntad. La preparación, en tan poco tiempo, de los temas, las situaciones, lo que me aguarda, en fin, en la nueva diócesis, incluida la ceremonia de toma de posesión, y la puesta al corriente de la realidad humana y pastoral que tendré que asumir, me han empleado el tiempo en gran medida. De la misma manera, las audiencias y entrevistas en la Curia de Mercedes todos estos últimos días, en los momentos en que pude estar presente. Agradezco de corazón los saludos de todos, los telegramas, mensajes, llamados, e.mails y todas otras formas de comunicación. Me siento conmovido, de verdad, por tantas expresiones de afecto y cariño, incluso de quienes, tal vez, menos esperaba. El ser humano deja de sorprenderse sólo el día de su muerte.
Gracias a todos. Les pido una oración, yo ya los he incluido para siempre en mi plegaria. Sé que algunos podrán venir el sábado 18, a la toma de posesión de la diócesis de Zárate-Campana. Pero en Cristo, en su Amor, estamos siempre presentes. Que la Virgen Madre, en su advocación de Nuestra Señora de Luján, los proteja y los guíe en su caminar.
Mons. Oscar D. Sarlinga, obispo electo de Zárate-Campana
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