| MENSAJE PASCUAL del AÑO del SEÑOR 2007
Celebramos hoy el Domingo de Ramos de este Año del Señor 2007, y, junto con él, la XXII Jornada Mundial de la Juventud, con el tema que nos ha propuesto el Santo Padre: «Como yo los he amado, así ámense también ustedes los unos a los otros» (Jn 13,34). Quiero decirles que, como vuestro Obispo, estoy muy contento con el trabajo apostólico con la juventud y de la juventud en la diócesis, y asimismo con el empeño que ha impulsado a tantos jóvenes a comprometerse con la Iglesia y con los hermanos, manifestado esto en la adoración al Santísimo, la formación de nuevos grupos misioneros, la participación más activa y fructuosa en las parroquias. Incluso se van suscitando nuevas vocaciones sacerdotales… ¡Necesitamos tanto buenos Pastores para el Pueblo de Dios!. ¡Qué maravilloso sería en este 2007, junto con las distintas misiones que se realizarán en la diócesis de resultas de la Conferencia de Aparecida, el promover el Año de las Vocaciones Sacerdotales, para lo cual, más que un lema, les propongo una oración, una petición: ‘Señor, danos la bendición tuya de tener pastores según tu Corazón” y vuelvo a pedir a los sacerdotes –sé que tantos lo están haciendo con fervor- el «no tener miedo» de invitar a los jóvenes «a que no tengan miedo» al llamado de Cristo, a la vocación amplia a la santidad, y a la vocación específica al sacerdocio y a la vida consagrada. Una ocasión especial para ello será la fiesta patronal diocesana de Ntra. Sra. de Luján, la cual, como sabemos, celebraremos en la parroquia de la Inmaculada Concepción, de M. Savio, el sábado 5 de mayo, y que será precedida de un encuentro de juventud. Ahora bien, hemos concluido el tiempo de Cuaresma, con un llamado a la penitencia y a la conversión. Felicito y aliento a todos los curas párrocos y pastores que con dedicación han entregado de su tiempo para la gran misión que es estar dispuesto a confesar a los fieles, en especial en los lugares (decanatos o parroquias) donde se han hecho celebraciones penitenciales comunitarias, con participación de varios sacerdotes que en esos días estuvieron dispuestos a brindar generosamente el sacramento de la reconciliación. Es una dimensión fundamental de la tarea pastoral. La Misa crismal nos encontrará unidos en Cristo para reafirmar nuestro empeño en el ser sacerdotal que recibimos; el Jueves Santo reactualizaremos la Cena en la que el Señor se quedó con nosotros hasta el fin de los tiempos; el Viernes viviremos su dolorosa Pasión, el Sábado aguardaremos expectantes la Vigilia del Día Glorioso, esto es, el Domingo por excelencia, en que Jesús resucitó de entre los muertos. Podemos afirmar que en la vigilia de ese Día Feliz, el más solemne de la historia humana, nace la certeza de lo que hoy llamamos la «fe», pues se manifestó toda la verdad de lo que Jesús, el Mesías, el Redentor del Mundo, había predicho. Nace un victorioso grito de nuestro interior, la antiquísima exclamación de la Antigua Alianza (Cf. Ps. 135, 1 ss.), el Aleluya. Alabemos al Señor por su misericordia, y no tengamos vergüenza de expresar la alegría cristiana, la que quiere como salirse de nuestros corazones llena de fe y amor (Cf. Ap 19, 1-7). Queridos hermanos y hermanas: todos nosotros debemos recibir en nuestro interior el anuncio de salvación, que es de esperanza, de libertad, de dignidad, de Amor dado por Jesús al mundo. ¡Si pudiéramos comprender las consecuencias de ese cambio esencial para la humanidad entera!. Y además, ¿podríamos dejar de asumir el reflejo temporal de tal Mensaje de salvación?. Nos referimos a: experimentar el concepto sobrenatural de la vida; sentirnos hermanos, abatir barreras y contrariedades, porque el Amor todo lo vence. En ese sentido, en que Dios mismo es Amor, cada ser humano se hace sagrado, porque el Señor Jesús, el Resucitado, lo declara Su propio hermano. Y es, por ello, hermano y hermana nuestro. De aquí al programa de hacer carne el lema del Año de la Juventud que iniciamos hoy, que es expresión misma del Evangelio (Cf Jn 13,34), pues sin amarse (con el Amor de caridad, que también implica la solidaridad) los unos a los otros no podría nunca haber paz, ni verdadera justicia. Es el testimonio que Jesús espera marcar a fuego en nuestros corazones en esta Pascua. El Señor y la Virgen Madre los guarden y protejan siempre
Mons. Oscar Domingo Sarlinga, obispo de Zárate-Campana |
viernes, 6 de abril de 2007
Mensaje de Pascua 2007
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